LA RESISTENCIA
Cuando los militares fueron a buscar a su madre, contuvo sus lágrimas, y recordó que su padre le había dicho que debía se valiente, pues ahora era el hombre de la casa. Sólo contaba con diez años de edad y ya conocía los horrores de la dictadura implantada dos años antes, que habían alejado a su padre al exilio en un país europeo. Esa mañana había despertado bruscamente por los ladridos de Sultán, un enorme perro de sólo dos años, mezcla de pastor alemán y boxer, terror de perros y gatos del vecindario. Hacía sólo cinco días los había hecho pasar un mal rato: mientras su madre conversaba con una vecina que paseaba a su perro de raza "salchicha", Sultan perseguía al perro pequeño como jugando, hasta que, para espanto de la vecina, Sultán llegó con el "salchicha" muerto en el hocico y lo depositó en los pies de su dueña. Por eso, despertar con los ladridos de Sultán le resultaba preocupante, aunque jamás imaginó que fuera una patrulla militar que llegaba a detener a su madre, para que entregara información sobre el movimiento de resistencia que su padre encabezaba en el exilio.
Damián, pese a su corta edad, vivía atemorizado, había crecido sabiendo del dolor de muchos, especialmente de su madre a causa de la separación con su padre hacía ya dos largos años.
Estoicamente subió a la camioneta que condujo a su madre hasta las frías instalaciones militares, una vez allá, lo dejaron en una pequeña sala de espera, casi sin muebles, sólo una mesita y un par de sillas, ornamentada exclusivamente con una foto enmarcada del Dictador colgada en la pared.
A su madre la llevaron "adentro" para interrogarla, mientras él esperaba la llegada de un tío, hermano de su madre, con el que se iría mientras su madre permanecía detenida.
Al cabo de una hora aproximadamente, apareció un militar, al pasar por su lado le sonrió y le entregó un pequeño paquete acompañado de un guiño. Damián lo recibió y lo apretó en su mano. De inmediato pensó que se trataba de un militar disidente, y el paquete debía ser un mensaje que él debía hacer llegar a su padre, un mensaje importante sin duda para mantener alerta a la resistencia.
Su tío, quien no compartía los ideales de su padre, no debía enterarse. Así, cuando le avisaron de la llegada de éste, apretó muy fuertemente la mano para ocultar el mensaje. Desde ese momento, la principal preocupación de su mente aún infantil, fue como hacer llegar el mensaje. Guardando silencio, subió al automóvil de su tío y esperó a estar solo para leer el mensaje. Al llegar a casa de su tío, pidió ir al baño, una vez allí, cerró con llave la puerta y cuidadosa y lentamente abrió la mano, entonces lo invadió un sentimiento mezcla de sorpresa y desaliento, al comprobar que en su mano sólo había chocolate derretido.
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