LA MADRE NATURALEZA
Llegó a la casa un día de noviembre, curiosamente lluvioso, en plena estación primaveral, por eso su nombre: Martina Lluvia, una hermosa gata blanca, limpia y delicada.
Supongo que desde muy pequeña pensó que yo era su amo, acostumbrada a mi voz durante el trayecto en automóvil el día que me la regalaron, para dársela a mi hija, con el fin de superar la muerte de su querido gato Martín. Por eso, siempre intentó dormir en mi pieza, en lo posible dentro de mi cama, así, desde que ella llegó, duermo con la puerta cerrada, a causa de lo liviano de mi sueño.
Siempre tuvimos la idea de esperar que tuviera sus primeros gatitos antes de esterilizarla, y si alguien está en contra de esterilizar a una mascota, es que no se ha visto frente a la necesidad de regalar un gran número gatitos, e ignora lo que significa varios gatos marcando territorio al interior de la casa. De cualquier forma, nuestra idea, siempre consistió en una primera camada antes de esterilizarla.
Así transcurrieron dos años antes de que se embarazara. Cuando sucedió, tanto mi hija como yo nos dispusimos a tener unos bellos gatitos y a pensar en regalarlos a nuestros amigos más queridos.
La gata Martina se paseaba lenta por la pesadez de su vientre, sin entender lo que le estaba sucediendo.
Un día, empezó a maullar como pidiendo ayuda, llegaba reiteradamente hasta donde yo me encontraba, maullaba y me instaba a seguirla. La verdad, no supe que hacer. Siempre pensé que estas cosas hay que dejárselas a la naturaleza para que las solucione.
Al parecer la gata entendió del mismo modo la situación e inexperta, procedió: Acarreó sus pequeños peluches, de aproximadamente quince centímetros de largo, hasta el rellano de la escala, en el segundo piso de la casa, y allí se instaló. Al cabo de unos minutos parió su primer gatito, pequeño, indefenso. Lo curioso fue que en lugar de atenderlo, acogerlo, se echó encima de los peluches con notable instinto maternal.
Allí, a lo largo de la tarde, unas cuatro a cinco horas, fue teniendo sus gatitos, con intervalos de treinta a cuarenta minutos, hasta que se sintió intimidada y se fue al dormitorio de mi hija, que ha sido el suyo también.
Lo que no logro entender aún, es que no atendió a sus crías, las dejó abandonadas, preocupándose sólo de ella misma, pienso que se sentía muy adolorida.
Al día siguiente, cuando me levanté, temprano, me llevé la desagradable sorpresa de encontrar a cuatro de los cinco gatitos, muertos, abandonados. Sólo el quinto en nacer seguía maullando desesperado. La Martina Lluvia se hacía la desentendida, y descansaba luego de su trabajoso parto. Entonces mi ánimo cambió, reconozco que me enojé, tomé a la martina por el pellejo del cuello, la acosté de lado, tomé a la cría y se la puse en el vientre.
Inmediatamente la cría empezó a buscar con su hocico, mientras la Martina intentaba pararse, enojada, y yo más enojado aún, la sostenía con fuerza, mientras la regañaba, explicándole que ese era su hijo y que ella tenía deberes de madre, como si la gata pudiese entenderme. Así permanecí sentado en el suelo, afirmándola, casi media hora, hasta que se produjo el milagro: la gata comprendió que debía dedicarse a su cría y ya no ofreció resistencia. Una hora más tarde, madre y cría se habían hecho inseparables.
Ahora me parece que la naturaleza no es tan sabia, y tengo el sentimiento de haber podido salvar a todas las crías de haber sabido algo más sobre gatas primerizas.
No puedo esperar que el próximo parto sea distinto, porque no está en los planes un próximo embarazo felino en casa. Lo que me alegra de todo esto es que su cría, por ser la única, no será regalada, se quedará con nosotros, como regalo del cielo.
Supongo que desde muy pequeña pensó que yo era su amo, acostumbrada a mi voz durante el trayecto en automóvil el día que me la regalaron, para dársela a mi hija, con el fin de superar la muerte de su querido gato Martín. Por eso, siempre intentó dormir en mi pieza, en lo posible dentro de mi cama, así, desde que ella llegó, duermo con la puerta cerrada, a causa de lo liviano de mi sueño.
Siempre tuvimos la idea de esperar que tuviera sus primeros gatitos antes de esterilizarla, y si alguien está en contra de esterilizar a una mascota, es que no se ha visto frente a la necesidad de regalar un gran número gatitos, e ignora lo que significa varios gatos marcando territorio al interior de la casa. De cualquier forma, nuestra idea, siempre consistió en una primera camada antes de esterilizarla.
Así transcurrieron dos años antes de que se embarazara. Cuando sucedió, tanto mi hija como yo nos dispusimos a tener unos bellos gatitos y a pensar en regalarlos a nuestros amigos más queridos.
La gata Martina se paseaba lenta por la pesadez de su vientre, sin entender lo que le estaba sucediendo.
Un día, empezó a maullar como pidiendo ayuda, llegaba reiteradamente hasta donde yo me encontraba, maullaba y me instaba a seguirla. La verdad, no supe que hacer. Siempre pensé que estas cosas hay que dejárselas a la naturaleza para que las solucione.
Al parecer la gata entendió del mismo modo la situación e inexperta, procedió: Acarreó sus pequeños peluches, de aproximadamente quince centímetros de largo, hasta el rellano de la escala, en el segundo piso de la casa, y allí se instaló. Al cabo de unos minutos parió su primer gatito, pequeño, indefenso. Lo curioso fue que en lugar de atenderlo, acogerlo, se echó encima de los peluches con notable instinto maternal.
Allí, a lo largo de la tarde, unas cuatro a cinco horas, fue teniendo sus gatitos, con intervalos de treinta a cuarenta minutos, hasta que se sintió intimidada y se fue al dormitorio de mi hija, que ha sido el suyo también.
Lo que no logro entender aún, es que no atendió a sus crías, las dejó abandonadas, preocupándose sólo de ella misma, pienso que se sentía muy adolorida.
Al día siguiente, cuando me levanté, temprano, me llevé la desagradable sorpresa de encontrar a cuatro de los cinco gatitos, muertos, abandonados. Sólo el quinto en nacer seguía maullando desesperado. La Martina Lluvia se hacía la desentendida, y descansaba luego de su trabajoso parto. Entonces mi ánimo cambió, reconozco que me enojé, tomé a la martina por el pellejo del cuello, la acosté de lado, tomé a la cría y se la puse en el vientre.
Inmediatamente la cría empezó a buscar con su hocico, mientras la Martina intentaba pararse, enojada, y yo más enojado aún, la sostenía con fuerza, mientras la regañaba, explicándole que ese era su hijo y que ella tenía deberes de madre, como si la gata pudiese entenderme. Así permanecí sentado en el suelo, afirmándola, casi media hora, hasta que se produjo el milagro: la gata comprendió que debía dedicarse a su cría y ya no ofreció resistencia. Una hora más tarde, madre y cría se habían hecho inseparables.
Ahora me parece que la naturaleza no es tan sabia, y tengo el sentimiento de haber podido salvar a todas las crías de haber sabido algo más sobre gatas primerizas.
No puedo esperar que el próximo parto sea distinto, porque no está en los planes un próximo embarazo felino en casa. Lo que me alegra de todo esto es que su cría, por ser la única, no será regalada, se quedará con nosotros, como regalo del cielo.
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