BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

02 septiembre, 2006

ALGO MÁS QUE UNA AVENTURA

Cuando Simón tenía sólo dieciocho años, en una fiesta en casa de un vecino, encontró a Luisa, una joven de veinticuatro años, morena de cabello ensortijado, labios carnosos, con más rasgos del tipo africano que latino. Nunca había cruzado palabra con ella, sin embargo nada costó que en unos cuantos minutos estuvieran animadamente conversando y en otros tantos, besándose. Se trataba de un apartamento de dos niveles, que repleto de gente bebiendo y bailando, apenas dejaba ver la clásica decoración. Al cabo de un rato, Simón y Luisa se besaban apasionadamente sentados en el penúltimo peldaño de la escala, antes de llegar al nivel superior, escapando así de las curiosas miradas de sus amigos.
Simón en su inexperiencia, mezclada con un gran deseo juvenil, llevó su mano, al pecho de la muchacha, por debajo de la blusa. Luisa permitió la maniobra un momento, aunque lo interrumpió diciendo que necesitaba ir al baño. Cinco minutos después regresó y reanudaron sus caricias. Allí empezó la sorpresa para Simón, cuando llevó nuevamente la mano al pecho de Luisa, comprobó que el sostén no estaba en su lugar. Para deleite de Simón, Luisa tenía unos pechos alargados, con un pezón de duro, grande, que prolongaba unos dos centímetros la extensión de los pechos. La excitación de Simón cada vez era mayor.
Pasados cuarenta y cinco minutos, Luisa le sugirió que fueran a su casa, porque sus padres estaban fuera de la ciudad. Salieron de apartamento, llegaron a la escala del edificio y siguieron acariciándose con tal deseo que Simón experimentó una eyaculación no deseada, de la que Luisa no hizo mención.
Después atravesaron un pequeño parque, entraron al edificio donde vivía la joven, subieron las escalas hasta el cuarto piso y entraron al apartamento de ella. Tan pronto hubieron cerrado la puerta, Luisa tomó la iniciativa, bajo la cremallera de los pantalones de Simón, sacó su miembro y empezó a acariciarlo. Tomando a Simón de la mano, lo condujo a su habitación, le quitó la ropa, se desvistió y empezó una danza frenética de cuerpos. Unos minutos después, ella tenía su primer orgasmo acompañado de algunos fuertes gemidos. La erección de Simón se mantuvo. Luisa preguntó: -¿Acabaste en la escala del edificio?
-Sí- respondió Simón, -no pude aguantarme-
-Que bueno- dijo Luisa, volviendo a besarlo con pasión.
Siguieron haciendo el amor y los gemidos de Luisa se transformaron en gritos y al cabo de un rato en alaridos. Simón llegó a pensar que en un momento llegarían los vecinos o llamarían a la policía, interpretando una agresión.
Nada de eso sucedió, unas horas más tarde se despedían en la puerta del apartamento, con grandes manifestaciones de cariño por parte de ella. Él se iba satisfecho por la aventura inesperada.
Pasaron los días y Simón, enamorado de otra muchacha, un poco menor que él, visitó un par de veces a Luisa, aprovechando los momentos en que sus padres no estaban, aunque nunca pensó en ella como su enamorada, sino como en la posibilidad de tener sexo fácil.
Para Simón fue una experiencia excitante, aunque nunca se sobrepuso al duro golpe que significó comprobar a lo largo de su vida posterior, que la pasión demostrada por Luisa, su gran deseo, sus prácticas y sus múltiples orgasmos, acompañados de alaridos, no era algo que se encontraba todos los días.