BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

25 febrero, 2006

CARTA DE EVA IV

Ya deseaba publicar otra cosa, pero como en mi país está muy en boga lo paritario, he subido esta cuarta Carta de EvaAmado Julián:

Si te he hecho llegar esta carta es porque no estoy dispuesta a verte, ni una sola vez más en mi vida.
Dudo que vuelva a sucederme algo tan fuerte e importante, en el plano amoroso, como conocerte a ti. Jamás creí en el amor a primera vista, pero contigo, se rompieron muchos de mis esquemas. Aún recuerdo la tarde de nuestro primer encuentro, fue verte y amarte. Pensar que todo estaba dado para que fuésemos felices, yo te amé, tú me amaste, ninguno de los dos tenía compromisos; en el plano sexual, nos entendimos desde el primer instante que estuvimos juntos, en fin, todo “miel sobre hojuelas”.
Sin embargo, nada ni nadie es perfecto en esta vida, y al poco tiempo fui descubriendo tu afición al alcohol y la cocaína.
En un principio, los fines de semana, luego a partir del día sábado y finalmente todos los días.
Para serte franca, bajo el efecto de las drogas, porque para mí el alcohol es una droga, no eras el mismo. Dejaste de ser el hombre luminoso, ese ser lleno de bondad que vi el día que nos conocimos, hasta “el la cama” dejaste de funcionar, necesitabas cocaína para conseguir una erección.
No por eso dejé de amarte, te consta, y también a nuestras familias y amigos. Todos saben que hice importantes esfuerzos por sacarte de la adicción. Trabajé extra para pagar la clínica, para qué, para que la abandonaras antes de terminar el tratamiento.

Sabes, una relación de pareja es mucho más que vivir juntos y “tirar rico” como decías, es proyectarse juntos al futuro y establecer ideales comunes. No estoy descubriendo nada al decir esto, sólo pretendo que entiendas que a pesar de amarte, no estoy dispuesta a vivir un minuto más contigo. Ya no intentaré cambiarte, es desgastador y “neurotizante” vivir para hacer cambiar a la persona amada.
Por eso te digo: no me busques, no me llames.
Ah, no sacas nada con llegar hasta mí con el viejo cuento que “estás limpio”, ya no te creo.
Finalmente quiero decirte que habría podido seguir aguantando la situación, pero hay un tema de principios: desde muy joven dije que nunca, ¡entiende bien! Nunca soportaría que un hombre me golpeara, por eso, aunque te ame, no me resta más que decirte adiós.

P.D.: El dinero que te llevaste, que habíamos ahorrado para comprarnos un apartamento, puedes bebértelo, al igual que tu amor, ya no me interesa.


24 febrero, 2006

CARTA DE EVA III

Recordado Ricardo:

Ahora que ha pasado tanto tiempo, me animo a escribirte, sin rencor, sin resentimientos, sólo con la convicción de que al leer esta carta me estarás añorando.
Nunca comprendiste mi respuesta, una respuesta que nacía del cansancio, la incertidumbre, la rutina y la soledad.
Recuerdo esa noche como si fuese ayer, querías hacer el amor, me acariciaste el cabello, los muslos y me besaste, yo no te respondí el beso, entonces, sólo entonces, percibiste “que algo no andaba bien”.

Y cómo no, si era yo la que me quedaba día tras día en casa, cocinando, cuidando a nuestros hijos, lavando, planchando, haciendo aseo. ¿Sabes lo difícil que es estar a cargo de una casa, y ver como se van deteriorando las cosas; así se fue deteriorando mi amor por ti, al punto de no desear levantarme en la mañana y de no desear que llegaras por la noche, insensible a lo que yo sentía, sintiéndote el protagonista absoluto de una historia, en la cual los hijos y yo éramos los personajes secundarios, necesarios para que siguieras adelante.

Sólo en ese momento advertiste una falla en el sistema, ese egoísta sistema, y preguntaste con voz de galán enamorado (creo que estabas enamorado de mí todavía),
-¿Qué te sucede mi amor?-
Y yo la tonta, que con la experiencia de hoy te contestaría:
-Estoy tan cansada- o quizás:
-Estoy tan preocupada por los frenillos de Martín-, o cualquier otra cosa con tal de salir del paso, te contesté:
-Creo que ya no te amo-
Cómo iba a imaginar que en tu idealismo adolescente mi respuesta causaría un desastre y nos llevaría a una “dolorosa” separación.
En una ocasión me contaste que esa misma noche te habrías ido de casa, de hecho, al día siguiente me preguntaste si quería que te fueras, argumentando que mi amor era lo más importante para ti.
Sin embargo, te amaba, aún te amo, por eso maldigo la noche en que te respondí desde mis sensaciones y poca experiencia.
Es lamentable que nunca pudieras superar mis palabras de aquella noche, y te envolviera la desolación y la desesperanza, que al poco tiempo te llevaron a canalizar tu dolor en una relación efímera con una mujer demasiado joven para ti.
Es cierto que mi reacción de hembra enfurecida la alejó de ti, es verdad que no me comporté muy dignamente, pero no podía ser de otro modo: aún te amaba.
Después las heridas hicieron el resto y nunca pudimos reparar el daño.

Hoy vivo con un buen hombre (debo reconocer que no lo amo), al que le tengo mucho cariño. Puedo decir con orgullo que para él soy una excelente compañera y amante. Por las noches, aunque esté agobiada, lo espero con mi mejor cara y apariencia sexi, y hago el amor aunque no sienta muchos deseos, y si es necesario, finjo un orgasmo. Él es feliz, y eso me hace feliz a mí.

Por nuestros hijos, siempre estoy sabiendo de ti, sigues solo después de tantos años.
Tu vida amorosa ha sido una secuencia de aventuras, en las que, con ese idealismo adolescente, buscas aún “el amor de tu vida”.
Sinceramente espero que algún día encuentres una mujer, lo suficientemente asertiva, que te entienda y te devuelva la confianza, que esa noche, a raíz de mi respuesta, perdiste. Aunque sea en los últimos años de tu vida, una compañera en algún hogar de ancianos, época en la que seguramente ya vas a haber madurado.


18 febrero, 2006

CARTA DE EVA I


Estimado Manuel:

Si he decidido escribirte esta carta es por dos razones: La primera, es porque lo que tengo que decirte, no estoy dispuesta a hacerlo en persona, porque lo tomarías como una crítica, te entraría por un oído y te saldría por otro, en cambio esta carta, estoy segura la leerás infinitas veces, dado lo obsesivo que eres, lo que me lleva a acordarme que no podía rechazar un sólo día tu invitación a hacer el amor, sin que argumentaras que no te amaba. Así es, querías hacerlo todos los días del año, sin excepción.
El otro motivo por el que no te digo esto a la cara es porque inmediatamente iniciarías una discusión, sólo para que te encontrara la razón, lo que terminaría en una ruptura, cuyo único objetivo, para ti, sería la reconciliación, con el consabido encuentro sexual, a lo que definitivamente no estoy dispuesta.

Hace un tiempo, cuando te pedí que termináramos nuestra relación, me preguntaste la razón, es verdad que en la ocasión callé, me llamaste unas cien veces preguntándome mis motivos, y te contesté que no te lo diría por teléfono, pues bien, este es el medio que he elegido para responderte, y espero que lo aproveches.
Si he de ser franca, debo decir que nunca fui feliz, nunca sentí real satisfacción al hacer el amor contigo, no es que tú no respondieras, de hecho lo hacías, recuerdo que pasábamos horas haciéndolo, sí, horas para poder tener un orgasmo. En favor tuyo, debo reconocer que eras capaz de esperarme durante ese tiempo. Para serte franca, me sentía más haciendo gimnasia, que haciendo el amor.
Conociéndote, seguro que al leer esto, pensarás que me ayudabas a mantenerme en forma, y que ese sería tu argumento si lo estuviésemos conversando, pero te digo, ¡Tanto esfuerzo para un solo orgasmo, terminó aburriéndome.
No pongo en duda tu calidad de amante, ni el amor que por mí sentías, más aún, estoy segura que harás feliz a la mujer que se enamore de ti, y desde luego te deseo suerte en ello, no obstante, lo que siempre me va a sorprender, es que después de pasado un tiempo de nuestra separación, cuando más convencida estaba de lo fome* de nuestras relaciones sexuales, me dijeras que yo, era la mujer con la que mejor lo habías pasado en tu vida.

* (He usado la palabra fome, para indicar algo muy poco atractivo, es un término que se usa mucho en mi país)

12 febrero, 2006

CARTA DE AMOR IV

Verónica:

Si te escribo esta carta es porque siento que entre nosotros quedaron muchas cosas pendientes, situaciones que no se aclararon, especialmente de parte tuya.
Lo primero que me gustaría decirte es que yo era sumamente feliz contigo, después de doce años divorciado, había hecho un compromiso matrimonial y estaba dispuesto a formar una familia.
Es cierto que yo tengo hijos, aprovecho de decirte que ellos también te querían mucho, aun así, estaba feliz con la idea de tener hijos contigo.
Es verdad que nunca he sido un tipo muy organizado, que siendo artista, me cuesta mucho lo económico, lo cotidiano, y que contigo estaba aprendiendo a hacerlo, es verdad también que le estabas dando un giro a mi vida, sin embargo la situación rebasó los límites de lo que para mí es aceptable.
Muchas veces me hablaste de Esteban, tu amigo del alma, ¿sabes? Yo soy "normalmente" celoso, no soy una persona que me ande imaginando situaciones, por eso, en este tiempo que estuvimos juntos, un año y medio, que para mí no es poco, nunca sentí celos de él, nunca me imaginé cosas ni te creí capaz de lo que hiciste.
Dicho de otro modo, si tú hubieses estado comprometida o casada, yo habría aceptado la situación, ya que el amor que por ti sentía, me habría bastado para mantenerme a tu lado, aunque hubiese sido en forma “clandestina”.
Si por el contrario, una vez estando conmigo te hubiese gustado otro hombre y me lo hubieses dicho, creo que también habría podido aceptarlo, habría esperado a que estuvieses más clara en tus sentimientos, sin sentirme maltratado.
Pero lo que pasó aquella tarde me superó totalmente.
Sabes lo que más me duele, es sentirme estúpido, sentir que te burlaste de mí.
Aquella tarde, cuando dijiste que te ibas para tu casa, algo me vibró mal, y si te seguí a la casa de Esteban, no fue por celos, fue por curiosidad. Ver tu automóvil estacionado frente a su casa más de cuatro horas me extrañó, esperé con paciencia, cuando te fuiste a eso de la medianoche, me armé de valor y golpeé su puerta, al abrirme se sorprendió, me preguntó que hacía a esa hora en su casa, le contesté que sentía curiosidad, legítima curiosidad de un hombre que no entiende que su novia, futura esposa, haya estado de visita en su casa tanto rato.
Fue allí que empezó la pesadilla, si él hubiese actuado como amante secreto, me hubiese mentido, me hubiese dicho algo así como: “no es lo que tú piensas” o cualquier otra cosa, la situación habría sido soportable, pero, escuchar de sus labios, que tú eras su novia, que estaban juntos hace un año y medio, y que pensaban casarse, fue para mí un balde de agua fría.
Ah, cuando yo le conté lo nuestro, él también se puso a llorar.

11 febrero, 2006

CARTA DE AMOR III

Amada Claudia:

Hace tiempo quería escribirte esta carta, para decirte muchas cosas que no dije en su momento, no porque no las quisiera decir, sino porque pensé que no te gustaría escucharlas, o quizás que no te interesaría oírlas. Talvez esto demuestre el poco valor que tuve en aquel momento, aunque yo lo califiqué de prudencia y hoy pasado los años, de cobardía. Es que en algún lugar de mi alma, temí encontrarme de lleno con tu desprecio, lo que me habría dolido más que la soledad de estos años.
Pero no te equivoques amor, la soledad que te menciono ha sido una soledad selectiva, soledad de ti, porque otras mujeres, hubo en mi vida, y muchas, además parecidas a ti, como se parece una bebida cola a la otra, la imitación a la original, ya que para mí, nunca habrá otra igual a ti.
Si me alejé de ti sin explicación alguna, si te abandoné no fue porque el inmenso amor que por ti sentía, se haya ido, fue por otras razones, o tal vez una, o varias que tenían su origen en una, eras una mujer casada. A decir verdad nunca me importó mucho tu esposo, lo que me llenaba de sentimientos encontrados era tu pequeño hijo (Habría deseado con toda el alma que fuese mi hijo), su dulce sonrisa, que no era fácil, a costa de nuestra felicidad, cambiar por lágrimas. Sí, porque si hubieses abandonado a tu esposo el niño habría sufrido, tu esposo también, aunque ya sabes que él no me importaba. Es verdad que nunca te lo pedí, ni que dejaras a tu esposo, ni que te fueras conmigo, ¿Por qué? Bueno, en parte porque no habría soportado ser un “rompe matrimonios”, también porque me entran dudas a la hora de construir sobre cenizas, quizás porque no estaba seguro de poder hacerte feliz mucho tiempo, y por qué no decirlo, no habría soportado un “no” por respuesta. Pudo ser cobardía, sin embargo prefiero llamarla prudencia.
Ahora que han pasado años, tiempo en que no hiciste ni un amago siquiera por llamarme, me entero de que te separaste poco tiempo después de mi alejamiento, que estás sola, en el sentido que no has vuelto a vivir con un hombre, aunque te has dejado querer, por todos los que han admirado tu belleza y gentileza.

Amada Claudia, siempre estarás en mi memoria, no porque estén abierta las herida, créeme, el tiempo las cierra, y hoy creo poder amar a otra mujer. Si he de recordarte, será por otros motivos: enseñanzas, reflexiones, aprendizajes, que quedaron para siempre.
¿Sabes? Contigo aprendí a no sentir celos, o por lo menos a dominarlos y no dejar que me dominaran; sí, porque me vi obligado a aceptar que mientras nos amábamos, durmieras con tu esposo, no podía permitirme sentirlos, porque él llegó primero. Desde ese día, he pensado que si no siento celos al estar con la mujer “de otro” ¿por qué habría de sentirlos si otro está con “mi mujer”?
La otra enseñanza importante, es la armadura que llevo puesta, sí, la armadura, esa protección que llevo en el alma, que me permitió sobrevivir al alejarme de ti, esa que no me saco, y si hoy le confieso mi amor a otra mujer, estoy preparado para resistir su desamor, me basta pensar que ella, no eres tú.
Creo que al recibir esta carta, sentirás una gran satisfacción, puesto que si algún defecto te encontré alguna vez, fue esa tremenda autoestima, que te hacía insoportable…
Sabes, a esta altura me he dado cuenta porque no te envié esta carta antes, porque nunca tuviste la humildad y sencillez para decir regresa, te amo, quiero vivir contigo; siempre predominó en ti ese tremendo orgullo, que será el responsable, y me encargaré de eso, que esta carta nunca llegue a tus manos.


09 febrero, 2006

CARTA DE AMOR II


Mi querida Raquel:

Me sorprendí al saber que a tu nueva pareja le comentaste que conmigo nunca sentiste verdadero placer al hacer el amor.
Lo supe por mi compadre, el padrino de nuestro hijo.
Él se le contó, sí, le contó que tú lo decías al hacer el amor, le contó que al tener un orgasmo, repetías “es diferente, es diferente”, que también decías que nunca habías sido tan feliz haciéndolo.
Es verdad que después de ocho años de matrimonio la cosa se pone difícil, que la rutina le quita el gusto al amor, que cada uno se acostumbra tanto a las palabras, movimientos y gemidos del otro, que se van acabando las sorpresas y la costumbre te adormece los sentidos. Sin embargo yo todavía me éxito cuando recuerdo las noches en que me esperabas que llegara del trabajo, con la cena servida, y tú, con tu vestido rojo y sin ropa interior, entonces por debajo de la mesa, empezabas a tocarme los muslos con tu pie desnudo, anunciando el prematuro final de la cena. Me basta imaginar que te levanto el vestido y que allí estará toda tu belleza en plenitud, para volver a desearte.

Claro está que no tenemos la misma memoria, y es verdad que no se puede ir por la vida exigiendo a los demás que se comporten, recuerden y sientan igual que nosotros, sin embargo espero que esta carta te permita evocar lo mucho que gozamos nuestra relación, especialmente en sus inicios.
Sobre todo si logras acordarte de las noches de invierno, cuando decías que necesitabas mi calor, y te gustaba hacer el amor mucho rato, para subir la temperatura corporal y luego tenías un orgasmo y te dormías abrazándome. O las noches de verano, que decías te gustaba transpirar mucho y sentir que toda la humedad de los cuerpos se hacía una. Como ves, tengo los recuerdos muy frescos, aunque no sé si logre que se te refresque a ti la memoria.

Finalmente querida Raquel, quisiera agregar algo, lo que realmente me duele es no haber encontrado jamás una mujer que me diera tanto placer como lo hiciste tú, y te aseguro que he hecho varios intentos. También deseo decirte que no me importó tanto que le dijeras aquello a tu nuevo amante, tampoco que él se lo contara a mi compadre, en definitiva si alguien puede estar molesto por eso eres tú, ya que tuvo el mal gusto de revelar sus intimidades.
Ni siquiera me sentí herido porque lo llevaste a nuestra cama, la misma de los ocho años de matrimonio, a decir verdad, lo que me dolió, por lo injusto, es que a él nunca le exigiste sacar a pasear a tu perro, como requisito para hacer el amor, y que faltando a lo que decías ser tus principios, sí lo dejaste fumar en el dormitorio.


08 febrero, 2006

CARTA DE AMOR I

Querida María Luisa:

Te escribo la presente, aunque nunca te la haga llegar, para decirte que fuiste muy injusta al alejarte de mí, y dejarme con esta gran pena en el alma.
Cuando te fuiste a estudiar a la universidad, en una región del país, a ochocientos kilómetros de la capital, casi todos nuestros amigos y conocidos, opinaron que era imposible mantener una relación a la distancia, que tarde o temprano nos aburriríamos y terminaríamos emparejándonos cada uno con otra persona, de nuestras respectivas ciudades de residencia.
Es verdad que nos prometimos amor eterno, antes que te fueras y en las cartas que nos enviamos, especialmente las del primer año, sin embargo, cuando volviste en las primeras vacaciones, ya no eras la misma, te creías la gran cosa porque te nombró ayudante tu profesor, ese tan joven para ser tan experto, ese que, decías, reconocía todo tu talento; sé que te enamoraste de él, lo supe el primer día que lo mencionaste. Claro que me morí de celos, y no quise decirte nada, por dignidad, aunque ese día supe que te había perdido.
Después volviste, ya Ingeniera, aunque jamás imaginé que te volverías a ir, esta vez a Nueva York, a estudiar becada, Economía y Negocios.
Una vez más me dijiste que me amabas y que volverías para casarte conmigo, y nuevamente las cartas y las opiniones de nuestros amigos, pronosticando el fin de nuestra relación.
Entonces me hablaste del tal Edwards, tan brillante y simpático el gringo. Tampoco esta vez te comenté mis celos, me los guardé, porque creo que los celos son el peor sentimiento, y que comunicarlos es fatal para el que los siente, lo degrada.
Tengo que confesarte que te mentí cuando te dije que quemé tus cartas, recuerdo dijiste que había quemado parte de nuestro pasado, la verdad aún las conservo, de vez en cuando las leo y pienso en cómo te las contestaría con la experiencia que hoy tengo, especialmente la última, esa en que me decías que al terminar la beca, te quedarías trabajando con el gringo en Estados Unidos.
Pensé que esa era la pena más grande que podía sentir en la vida, que te odiaría para siempre, no fue así.
Sin embargo, si te escribo hoy, es porque todavía te amo, creo que nunca dejaré de hacerlo.
No sé si alguna vez habrías vuelto a mi vida, si habríamos tenido esos hijos que soñamos, y la única forma de demostrarte mi amor, es decirte que cuando se estrellaron esos aviones en las torres gemelas, recé para que no estuvieras allí.


07 febrero, 2006

LA CASA

Llegó temprano a trabajar, como todos los lunes, miércoles y viernes. Trabajaba de las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, cobraba por día, no por trabajo realizado. La labor era siempre la misma: hacer aseo, lavar ropa y planchar la que había lavado dos días antes. Casi siempre alcanzaba a hacer todo en el tiempo acordado. Sin embargo, muchas veces empezaba por otras tareas que no le habían sido asignadas, tales como la limpieza de vidrios, fregar ollas tiznadas, limpiar paredes, ordenar y clasificar juguetes de los niños y otras.
Ese día se demoró más que ningún otro, dejó el lavado para el final, no aprovechó el sol para que la ropa se fuese secando, aprovechó de cambiar sábanas a todas las camas, la del matrimonio, la de los niños, y terminada esa labor, empezó a planchar.
A eso de las cuatro treinta de la tarde sonó el teléfono, atendió ella, en la cocina, una enorme estancia con comedor de diario y sala de planchado, el teléfono se ubicaba en un sistema de repisas de distintas dimensiones, compartiendo el espacio con un equipo de música y un televisor. Era su esposo.
- María, son más de las cuatro- dijo el hombre
-Verdad, se me pasó la hora- dijo ella, voy para allá, agregó y colgó.
Se dirigió hasta el escritorio donde la dueña de casa terminaba unos trabajos para el otro día.
-Señora- dijo, vendré mañana, porque cambié sábanas y no alcancé a lavar las que saqué.
-María,- dijo la dueña de casa, sabes que no te puedo pagar un día extra.
-No importa- dijo la mujer, tomó sus cosas, se despidió de su patrona, de los niños y se fue.

Caminó hasta el paradero de buses, abrió el monedero, le alcanzaba para el pasaje de vuelta a casa y para llegar a trabajar al día siguiente. Su patrona gustosa le daría el dinero para locomoción.

Al llegar a casa, su esposo la esperaba en la puerta, un tanto molesto.
-Qué te pasó que llegaste tan tarde- preguntó el hombre.
Ella, mirando el suelo dijo: -estoy tan lenta, creo que me estoy poniendo vieja, además debo volver mañana a lavar las sábanas, porque no alcancé-
-Te explotan en esa casa- dijo el esposo.
¿Acaso te pagarán el día?
-Por supuesto- dijo la mujer, sin dejar de mirar el suelo.
El hombre algo dijo, respecto a que no le creía, entraron a la pequeña rancha, María entró a la oscura cocina y con desagrado empezó a preparar la comida, en una olla vieja, un tanto abollada y tiznada.
-Podrías haber empezado tú a cocinar- le dijo al esposo
-Cocina callada- le gritó él.
A María no le importó, mañana volvería a la casa, esa hermosa casa en la que le gustaba estar, después de todo, trabajaba lo mismo que en su casa, la trataban bien y además le pagaban.

05 febrero, 2006

CUANDO VOY AL TRABAJO


Me dirigía en un bus al trabajo, el sábado en la mañana, todavía a medio despertar, cuando los vi subir, eran cinco jóvenes cuyas edades iban entre los dieciocho y los veintidós años, dos muchachas y tres muchachos. Se podía observar que regresaban de una fiesta del día anterior, aunque nunca se sabe si la comenzaron el día anterior o esa misma madrugada, porque en estos tiempos, los jóvenes empiezan sus “carretes” después de la medianoche.
Al poco andar, las chicas dormían apoyadas en el hombro de sus respectivos acompañantes, ellos muy despiertos, bebían cerveza de una botella y conversaban animadamente.
Uno de ellos, el que iba solo, de pronto empezó a cantar, y al poco rato, había involucrado a los otros dos.
Sin embargo, uno de ellos, cambio de actitud, y reparó que en el bus íbamos unos cuantos pasajeros, evidentemente en dirección al trabajo, o por lo menos, no provenientes de juerga de la noche anterior.
El muchacho dijo: ¡Cállense, tengan más respeto, hay gente que va a trabajar!
Al oír estas palabras, los otros dos, enmudecieron momentáneamente, después comenzaron a cantar una conocida canción del malogrado cantautor Víctor Jara:

Cuando voy al trabajo
pienso en ti
por las calles del barrio
pienso en ti
cuando miro los rostros
tras el vidrio empañado
sin saber quienes son, dónde van
pienso en ti
mi vida pienso en ti,
en ti compañera de mis días y del porvenir
construyendo el comienzo de una historia
si saber el fin.

La primera sensación que tuve cuando ellos recién subieron al bus, de indiferencia y luego de molestia, se transformó en nostalgia y también de satisfacción, al saber que no es “ni tan corto el amor, ni tan largo el olvido”


04 febrero, 2006

CUESTIÓN DE VOCACIÓN

Desde pequeña quise ser monja, no es que me gustara el hábito, ya que prefiero el vestuario de muchos colores; tampoco soy muy apegada a la religión, es mas, soy de las personas que rezan solamente en los momentos de aflicción, es decir, cuando tengo algún familiar o amistad enferma y principalmente cuando hay un temblor de tierra o terremoto.
El motivo que me impulsaba no era precisamente la caridad ni la solidaridad, aunque siempre me ha gustado hacer cosas por los demás; mis razones eran simples: alguna vez escuché a mi abuela decir que las monjas estaban casadas con Cristo.

Sinceramente, cuando era pequeña, la imagen de Cristo me encantaba, su cabello largo, sus ojos profundos, sobre todo en la película “Jesús de Nazareth, esa protagonizada por Robert Powell y Olivia Hussey, aún me gustan los hombres con esa descripción.
Sin embargo lo que más apreciaba de la idea de estar casada con Cristo, era la tranquilidad de estar casada con un buen hombre, esto, condicionado por las malas experiencias matrimoniales de mi madre. Ella contrajo tres veces matrimonio, con tres resultados desastrosos, incluyendo a mi padre, que si bien fue el menos mujeriego, era alcohólico y terminó sus días en un instituto de salud mental. De los dos restantes mejor ni hablar.

Entrando a la pubertad, entendí que eso de estar casada con Cristo es una forma de expresar la decisión de dedicar la vida a la Iglesia; y que no guarda relación con la satisfacción de los deseos más íntimos de una mujer, en el plano de las emociones y los sentimientos, que por lo demás, para mí, es un tema fundamental en mi vida y en la de los demás.

Así, conforme fui creciendo, fui cambiando mi “vocación”, y hoy ejerzo de Abogado. A propósito de ello, he tenido que lidiar en forma interna con los prejuicios. Digo en forma interna, porque poco me importa la opinión de otros en el asunto, y que muchas personas estimen que los abogados son profesionales inescrupulosos me tiene sin cuidado, lo importante para mí es ser consecuente.
Quizás parezca raro lo que digo, y si quisiera graficarlo me bastaría con el cuento humorístico que publican los ingenieros en su revista interna:

"Cuentan que al morir un Ingeniero, llega al cielo, encuentra a San Pedro confundido por el exceso de trabajo y recibe una información errónea, la que lo lleva al infierno. Una vez allá, el Ingeniero aburrido de tanta inactividad, se pone a inventar diversas mejoras, entre ellas sistemas de refrigeración y aire acondicionado, extractores de humo, recicladores de cenizas y otras más. Cierto día, Dios descubre el error y telefónicamente exige a Lucifer devuelva al Ingeniero al Cielo. Lucifer contento por las mejoras realizadas por el Ingeniero, se niega. Ante la negativa, Dios lo amenaza con demandarlo, días después, Dios vuelve a llamar diciendo: usted gana, no lo puedo demandar, porque en el cielo no hay abogados".


Por este motivo, en mi vida profesional he tratado de ser coherente y me dedico a la defensa y protección de mujeres maltratadas y/o abandonadas por sus esposos, también a los divorcios, tutela y pensiones alimenticias para los hijos de dichas mujeres.
Por mi parte, a mis treinta y seis años, me mantengo soltera, asisto a la Corte con bellos trajes de vivos colores y de vez en cuando salgo con algún rockero, pintor o poeta, de cabello largo y ojos profundos, en una relación de amistad “con ventajas”.