LA CASA
Llegó temprano a trabajar, como todos los lunes, miércoles y viernes. Trabajaba de las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, cobraba por día, no por trabajo realizado. La labor era siempre la misma: hacer aseo, lavar ropa y planchar la que había lavado dos días antes. Casi siempre alcanzaba a hacer todo en el tiempo acordado. Sin embargo, muchas veces empezaba por otras tareas que no le habían sido asignadas, tales como la limpieza de vidrios, fregar ollas tiznadas, limpiar paredes, ordenar y clasificar juguetes de los niños y otras.
Ese día se demoró más que ningún otro, dejó el lavado para el final, no aprovechó el sol para que la ropa se fuese secando, aprovechó de cambiar sábanas a todas las camas, la del matrimonio, la de los niños, y terminada esa labor, empezó a planchar.
A eso de las cuatro treinta de la tarde sonó el teléfono, atendió ella, en la cocina, una enorme estancia con comedor de diario y sala de planchado, el teléfono se ubicaba en un sistema de repisas de distintas dimensiones, compartiendo el espacio con un equipo de música y un televisor. Era su esposo.
- María, son más de las cuatro- dijo el hombre
-Verdad, se me pasó la hora- dijo ella, voy para allá, agregó y colgó.
Se dirigió hasta el escritorio donde la dueña de casa terminaba unos trabajos para el otro día.
-Señora- dijo, vendré mañana, porque cambié sábanas y no alcancé a lavar las que saqué.
-María,- dijo la dueña de casa, sabes que no te puedo pagar un día extra.
-No importa- dijo la mujer, tomó sus cosas, se despidió de su patrona, de los niños y se fue.
Caminó hasta el paradero de buses, abrió el monedero, le alcanzaba para el pasaje de vuelta a casa y para llegar a trabajar al día siguiente. Su patrona gustosa le daría el dinero para locomoción.
Al llegar a casa, su esposo la esperaba en la puerta, un tanto molesto.
-Qué te pasó que llegaste tan tarde- preguntó el hombre.
Ella, mirando el suelo dijo: -estoy tan lenta, creo que me estoy poniendo vieja, además debo volver mañana a lavar las sábanas, porque no alcancé-
-Te explotan en esa casa- dijo el esposo.
¿Acaso te pagarán el día?
-Por supuesto- dijo la mujer, sin dejar de mirar el suelo.
El hombre algo dijo, respecto a que no le creía, entraron a la pequeña rancha, María entró a la oscura cocina y con desagrado empezó a preparar la comida, en una olla vieja, un tanto abollada y tiznada.
-Podrías haber empezado tú a cocinar- le dijo al esposo
-Cocina callada- le gritó él.
A María no le importó, mañana volvería a la casa, esa hermosa casa en la que le gustaba estar, después de todo, trabajaba lo mismo que en su casa, la trataban bien y además le pagaban.
Ese día se demoró más que ningún otro, dejó el lavado para el final, no aprovechó el sol para que la ropa se fuese secando, aprovechó de cambiar sábanas a todas las camas, la del matrimonio, la de los niños, y terminada esa labor, empezó a planchar.
A eso de las cuatro treinta de la tarde sonó el teléfono, atendió ella, en la cocina, una enorme estancia con comedor de diario y sala de planchado, el teléfono se ubicaba en un sistema de repisas de distintas dimensiones, compartiendo el espacio con un equipo de música y un televisor. Era su esposo.
- María, son más de las cuatro- dijo el hombre
-Verdad, se me pasó la hora- dijo ella, voy para allá, agregó y colgó.
Se dirigió hasta el escritorio donde la dueña de casa terminaba unos trabajos para el otro día.
-Señora- dijo, vendré mañana, porque cambié sábanas y no alcancé a lavar las que saqué.
-María,- dijo la dueña de casa, sabes que no te puedo pagar un día extra.
-No importa- dijo la mujer, tomó sus cosas, se despidió de su patrona, de los niños y se fue.
Caminó hasta el paradero de buses, abrió el monedero, le alcanzaba para el pasaje de vuelta a casa y para llegar a trabajar al día siguiente. Su patrona gustosa le daría el dinero para locomoción.
Al llegar a casa, su esposo la esperaba en la puerta, un tanto molesto.
-Qué te pasó que llegaste tan tarde- preguntó el hombre.
Ella, mirando el suelo dijo: -estoy tan lenta, creo que me estoy poniendo vieja, además debo volver mañana a lavar las sábanas, porque no alcancé-
-Te explotan en esa casa- dijo el esposo.
¿Acaso te pagarán el día?
-Por supuesto- dijo la mujer, sin dejar de mirar el suelo.
El hombre algo dijo, respecto a que no le creía, entraron a la pequeña rancha, María entró a la oscura cocina y con desagrado empezó a preparar la comida, en una olla vieja, un tanto abollada y tiznada.
-Podrías haber empezado tú a cocinar- le dijo al esposo
-Cocina callada- le gritó él.
A María no le importó, mañana volvería a la casa, esa hermosa casa en la que le gustaba estar, después de todo, trabajaba lo mismo que en su casa, la trataban bien y además le pagaban.
1 Comments:
Trabajo; válvula de escape, descanso de otras horas peores.
Lo que todos anhelamos es que aquello que hacemos nos sea reconocido y bastan unas palabras amables para ello. ¿Por qué nos cuesta tanto decirlas?
Un abrazo
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