LA NANA
Llevo más de doce años trabajando en la casa de un matrimonio relativamente joven (llegué de quince años), mi labor es el aseo, cocinar y cuando los niños estaban chicos, me dedicaba a cuidarlos. Cuando llegué a la casa, ellos tenían siete y nueve años. Hoy ambos asisten a la universidad y casi no los veo. Era difícil para mí explicarles algunas diferencias, especialmente en lo que al uso del lenguaje se refiere. Nana, me corregían (me han llamado nana desde que llegué hasta ahora que están grandes), no se dice “dispertar” se dice despertar, o ¿por qué dices lluviendo? Siempre me corregían, lo que en el fondo de mi corazón se los agradezco, aunque debo confesar que al principio me afectaba, porque lo sentía como una crítica, y terminaba llorando en mi habitación, lo que era peor, porque después los angelitos (así les he dicho siempre) me interrogaban porque me veían los ojos rojos. ¿Te sientes bien nanita? o ¿estuviste llorando nanita? Así que después de un tiempo de acomodo, aproveché cada una de sus intervenciones para ir corrigiendo mi manera de hablar. Es que en mi casa todos hablan así, mi padre, que es un trabajador de la construcción, mi madre, que al igual que yo, es empleada doméstica o asesora del hogar, como tan elegantemente se dice, mis hermanos, uno de ellos ayudante de mecánico y los otros dos, albañiles. Ninguno de nosotros terminó la educación media, no por falta de ganas, es que había que trabajar para poder mantener la casa, aunque mi hermano menor habría podido si hubiese querido.
El caso es que por más que he puesto empeño en mejorar mi forma de hablar, siempre ha resabios de la educación que recibí en la casa. Lo que quiero decir, es que por más que me esfuerce, mi extracción social se delata en mi lenguaje.
Lo milagroso para mí, empezó hace un año y medio; mis patrones, muy buenas personas, me hicieron una propuesta: Norma, (ese es mi nombre) ¿te gustaría estudiar, ahora que los niños están grandes, ahora que tienes tiempo? No lo pensé mucho, y en seis meses había rendido exámenes libres, terminado el colegio y matriculado en una universidad vespertina, en la carrera de Educación Parvularia. Allí volvieron mis dolores de cabeza, en sentido figurado por cierto, cuando una distinguida profesora, al terminar una clase, me dirigió la palabra: -Quédate un momento Norma, necesito hablar contigo-
Argumentó que si no modificaba mi forma de hablar, nunca iba a ser una educadora,
-Debes esforzarte en ello- dijo.
Difícil es explicar cuanto te has esforzado, a una persona que nació en una familia con alto nivel cultural. Le contesté que lo sabía, y que haría lo posible por mejorar.
Lo mismo me ha sucedido en el amor, es verdad que soy bella, pero eso no me ha servido para tener a mi lado a un hombre que no sea el repartidor de pan, o el jardinero. Hace un tiempo se me acercó un hombre joven, bastante apuesto, estudiante de Pedagogía en Ciencias Sociales, después que hablamos, no me volvió a dirigir la palabra, en realidad nunca más me saludó, creo que se avergonzó de haberme conocido.
Sin embargo todo cambió, a mi patrón, la empresa en que trabaja, una transnacional, lo envió como Gerente General a Costa Rica. Me costó decidirme a abandonar Chile, dejar a mi familia, (aunque trabajo “puertas adentro” o “cama adentro” como dicen en el norte de mi país) ya que cada jueves y fin de semana por medio, los visitaba.
Hace tres meses que estoy en este hermoso país, donde he seguido mi vida de estudiante vespertina, por cierto, con una gran diferencia, acá en San José, mi forma de hablar, no la atribuyen a mi baja clase social, acá piensan que hablo así porque soy chilena, además, cada vez tengo más acento costarricense.
Hace unas semanas conocí a un muchacho de la universidad, es hijo de profesionales, su madre es oftalmóloga y su padre psiquiatra. Se nota que le gusto mucho, me encuentra bonita, simpática e inteligente, le encanta mi forma de hablar, según el “cantadita”. La semana pasada me presentó a sus padres, ellos también me encontraron encantadora.
El caso es que por más que he puesto empeño en mejorar mi forma de hablar, siempre ha resabios de la educación que recibí en la casa. Lo que quiero decir, es que por más que me esfuerce, mi extracción social se delata en mi lenguaje.
Lo milagroso para mí, empezó hace un año y medio; mis patrones, muy buenas personas, me hicieron una propuesta: Norma, (ese es mi nombre) ¿te gustaría estudiar, ahora que los niños están grandes, ahora que tienes tiempo? No lo pensé mucho, y en seis meses había rendido exámenes libres, terminado el colegio y matriculado en una universidad vespertina, en la carrera de Educación Parvularia. Allí volvieron mis dolores de cabeza, en sentido figurado por cierto, cuando una distinguida profesora, al terminar una clase, me dirigió la palabra: -Quédate un momento Norma, necesito hablar contigo-
Argumentó que si no modificaba mi forma de hablar, nunca iba a ser una educadora,
-Debes esforzarte en ello- dijo.
Difícil es explicar cuanto te has esforzado, a una persona que nació en una familia con alto nivel cultural. Le contesté que lo sabía, y que haría lo posible por mejorar.
Lo mismo me ha sucedido en el amor, es verdad que soy bella, pero eso no me ha servido para tener a mi lado a un hombre que no sea el repartidor de pan, o el jardinero. Hace un tiempo se me acercó un hombre joven, bastante apuesto, estudiante de Pedagogía en Ciencias Sociales, después que hablamos, no me volvió a dirigir la palabra, en realidad nunca más me saludó, creo que se avergonzó de haberme conocido.
Sin embargo todo cambió, a mi patrón, la empresa en que trabaja, una transnacional, lo envió como Gerente General a Costa Rica. Me costó decidirme a abandonar Chile, dejar a mi familia, (aunque trabajo “puertas adentro” o “cama adentro” como dicen en el norte de mi país) ya que cada jueves y fin de semana por medio, los visitaba.
Hace tres meses que estoy en este hermoso país, donde he seguido mi vida de estudiante vespertina, por cierto, con una gran diferencia, acá en San José, mi forma de hablar, no la atribuyen a mi baja clase social, acá piensan que hablo así porque soy chilena, además, cada vez tengo más acento costarricense.
Hace unas semanas conocí a un muchacho de la universidad, es hijo de profesionales, su madre es oftalmóloga y su padre psiquiatra. Se nota que le gusto mucho, me encuentra bonita, simpática e inteligente, le encanta mi forma de hablar, según el “cantadita”. La semana pasada me presentó a sus padres, ellos también me encontraron encantadora.
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