CUESTIÓN DE VOCACIÓN
Desde pequeña quise ser monja, no es que me gustara el hábito, ya que prefiero el vestuario de muchos colores; tampoco soy muy apegada a la religión, es mas, soy de las personas que rezan solamente en los momentos de aflicción, es decir, cuando tengo algún familiar o amistad enferma y principalmente cuando hay un temblor de tierra o terremoto.
El motivo que me impulsaba no era precisamente la caridad ni la solidaridad, aunque siempre me ha gustado hacer cosas por los demás; mis razones eran simples: alguna vez escuché a mi abuela decir que las monjas estaban casadas con Cristo.
Sinceramente, cuando era pequeña, la imagen de Cristo me encantaba, su cabello largo, sus ojos profundos, sobre todo en la película “Jesús de Nazareth, esa protagonizada por Robert Powell y Olivia Hussey, aún me gustan los hombres con esa descripción.
Sin embargo lo que más apreciaba de la idea de estar casada con Cristo, era la tranquilidad de estar casada con un buen hombre, esto, condicionado por las malas experiencias matrimoniales de mi madre. Ella contrajo tres veces matrimonio, con tres resultados desastrosos, incluyendo a mi padre, que si bien fue el menos mujeriego, era alcohólico y terminó sus días en un instituto de salud mental. De los dos restantes mejor ni hablar.
Entrando a la pubertad, entendí que eso de estar casada con Cristo es una forma de expresar la decisión de dedicar la vida a la Iglesia; y que no guarda relación con la satisfacción de los deseos más íntimos de una mujer, en el plano de las emociones y los sentimientos, que por lo demás, para mí, es un tema fundamental en mi vida y en la de los demás.
Así, conforme fui creciendo, fui cambiando mi “vocación”, y hoy ejerzo de Abogado. A propósito de ello, he tenido que lidiar en forma interna con los prejuicios. Digo en forma interna, porque poco me importa la opinión de otros en el asunto, y que muchas personas estimen que los abogados son profesionales inescrupulosos me tiene sin cuidado, lo importante para mí es ser consecuente.
Quizás parezca raro lo que digo, y si quisiera graficarlo me bastaría con el cuento humorístico que publican los ingenieros en su revista interna:
"Cuentan que al morir un Ingeniero, llega al cielo, encuentra a San Pedro confundido por el exceso de trabajo y recibe una información errónea, la que lo lleva al infierno. Una vez allá, el Ingeniero aburrido de tanta inactividad, se pone a inventar diversas mejoras, entre ellas sistemas de refrigeración y aire acondicionado, extractores de humo, recicladores de cenizas y otras más. Cierto día, Dios descubre el error y telefónicamente exige a Lucifer devuelva al Ingeniero al Cielo. Lucifer contento por las mejoras realizadas por el Ingeniero, se niega. Ante la negativa, Dios lo amenaza con demandarlo, días después, Dios vuelve a llamar diciendo: usted gana, no lo puedo demandar, porque en el cielo no hay abogados".
Por este motivo, en mi vida profesional he tratado de ser coherente y me dedico a la defensa y protección de mujeres maltratadas y/o abandonadas por sus esposos, también a los divorcios, tutela y pensiones alimenticias para los hijos de dichas mujeres.
Por mi parte, a mis treinta y seis años, me mantengo soltera, asisto a la Corte con bellos trajes de vivos colores y de vez en cuando salgo con algún rockero, pintor o poeta, de cabello largo y ojos profundos, en una relación de amistad “con ventajas”.
El motivo que me impulsaba no era precisamente la caridad ni la solidaridad, aunque siempre me ha gustado hacer cosas por los demás; mis razones eran simples: alguna vez escuché a mi abuela decir que las monjas estaban casadas con Cristo.
Sinceramente, cuando era pequeña, la imagen de Cristo me encantaba, su cabello largo, sus ojos profundos, sobre todo en la película “Jesús de Nazareth, esa protagonizada por Robert Powell y Olivia Hussey, aún me gustan los hombres con esa descripción.
Sin embargo lo que más apreciaba de la idea de estar casada con Cristo, era la tranquilidad de estar casada con un buen hombre, esto, condicionado por las malas experiencias matrimoniales de mi madre. Ella contrajo tres veces matrimonio, con tres resultados desastrosos, incluyendo a mi padre, que si bien fue el menos mujeriego, era alcohólico y terminó sus días en un instituto de salud mental. De los dos restantes mejor ni hablar.
Entrando a la pubertad, entendí que eso de estar casada con Cristo es una forma de expresar la decisión de dedicar la vida a la Iglesia; y que no guarda relación con la satisfacción de los deseos más íntimos de una mujer, en el plano de las emociones y los sentimientos, que por lo demás, para mí, es un tema fundamental en mi vida y en la de los demás.
Así, conforme fui creciendo, fui cambiando mi “vocación”, y hoy ejerzo de Abogado. A propósito de ello, he tenido que lidiar en forma interna con los prejuicios. Digo en forma interna, porque poco me importa la opinión de otros en el asunto, y que muchas personas estimen que los abogados son profesionales inescrupulosos me tiene sin cuidado, lo importante para mí es ser consecuente.
Quizás parezca raro lo que digo, y si quisiera graficarlo me bastaría con el cuento humorístico que publican los ingenieros en su revista interna:
"Cuentan que al morir un Ingeniero, llega al cielo, encuentra a San Pedro confundido por el exceso de trabajo y recibe una información errónea, la que lo lleva al infierno. Una vez allá, el Ingeniero aburrido de tanta inactividad, se pone a inventar diversas mejoras, entre ellas sistemas de refrigeración y aire acondicionado, extractores de humo, recicladores de cenizas y otras más. Cierto día, Dios descubre el error y telefónicamente exige a Lucifer devuelva al Ingeniero al Cielo. Lucifer contento por las mejoras realizadas por el Ingeniero, se niega. Ante la negativa, Dios lo amenaza con demandarlo, días después, Dios vuelve a llamar diciendo: usted gana, no lo puedo demandar, porque en el cielo no hay abogados".
Por este motivo, en mi vida profesional he tratado de ser coherente y me dedico a la defensa y protección de mujeres maltratadas y/o abandonadas por sus esposos, también a los divorcios, tutela y pensiones alimenticias para los hijos de dichas mujeres.
Por mi parte, a mis treinta y seis años, me mantengo soltera, asisto a la Corte con bellos trajes de vivos colores y de vez en cuando salgo con algún rockero, pintor o poeta, de cabello largo y ojos profundos, en una relación de amistad “con ventajas”.
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