CARTA DE AMOR III
Amada Claudia:
Hace tiempo quería escribirte esta carta, para decirte muchas cosas que no dije en su momento, no porque no las quisiera decir, sino porque pensé que no te gustaría escucharlas, o quizás que no te interesaría oírlas. Talvez esto demuestre el poco valor que tuve en aquel momento, aunque yo lo califiqué de prudencia y hoy pasado los años, de cobardía. Es que en algún lugar de mi alma, temí encontrarme de lleno con tu desprecio, lo que me habría dolido más que la soledad de estos años.
Pero no te equivoques amor, la soledad que te menciono ha sido una soledad selectiva, soledad de ti, porque otras mujeres, hubo en mi vida, y muchas, además parecidas a ti, como se parece una bebida cola a la otra, la imitación a la original, ya que para mí, nunca habrá otra igual a ti.
Si me alejé de ti sin explicación alguna, si te abandoné no fue porque el inmenso amor que por ti sentía, se haya ido, fue por otras razones, o tal vez una, o varias que tenían su origen en una, eras una mujer casada. A decir verdad nunca me importó mucho tu esposo, lo que me llenaba de sentimientos encontrados era tu pequeño hijo (Habría deseado con toda el alma que fuese mi hijo), su dulce sonrisa, que no era fácil, a costa de nuestra felicidad, cambiar por lágrimas. Sí, porque si hubieses abandonado a tu esposo el niño habría sufrido, tu esposo también, aunque ya sabes que él no me importaba. Es verdad que nunca te lo pedí, ni que dejaras a tu esposo, ni que te fueras conmigo, ¿Por qué? Bueno, en parte porque no habría soportado ser un “rompe matrimonios”, también porque me entran dudas a la hora de construir sobre cenizas, quizás porque no estaba seguro de poder hacerte feliz mucho tiempo, y por qué no decirlo, no habría soportado un “no” por respuesta. Pudo ser cobardía, sin embargo prefiero llamarla prudencia.
Ahora que han pasado años, tiempo en que no hiciste ni un amago siquiera por llamarme, me entero de que te separaste poco tiempo después de mi alejamiento, que estás sola, en el sentido que no has vuelto a vivir con un hombre, aunque te has dejado querer, por todos los que han admirado tu belleza y gentileza.
Amada Claudia, siempre estarás en mi memoria, no porque estén abierta las herida, créeme, el tiempo las cierra, y hoy creo poder amar a otra mujer. Si he de recordarte, será por otros motivos: enseñanzas, reflexiones, aprendizajes, que quedaron para siempre.
¿Sabes? Contigo aprendí a no sentir celos, o por lo menos a dominarlos y no dejar que me dominaran; sí, porque me vi obligado a aceptar que mientras nos amábamos, durmieras con tu esposo, no podía permitirme sentirlos, porque él llegó primero. Desde ese día, he pensado que si no siento celos al estar con la mujer “de otro” ¿por qué habría de sentirlos si otro está con “mi mujer”?
La otra enseñanza importante, es la armadura que llevo puesta, sí, la armadura, esa protección que llevo en el alma, que me permitió sobrevivir al alejarme de ti, esa que no me saco, y si hoy le confieso mi amor a otra mujer, estoy preparado para resistir su desamor, me basta pensar que ella, no eres tú.
Creo que al recibir esta carta, sentirás una gran satisfacción, puesto que si algún defecto te encontré alguna vez, fue esa tremenda autoestima, que te hacía insoportable…
Sabes, a esta altura me he dado cuenta porque no te envié esta carta antes, porque nunca tuviste la humildad y sencillez para decir regresa, te amo, quiero vivir contigo; siempre predominó en ti ese tremendo orgullo, que será el responsable, y me encargaré de eso, que esta carta nunca llegue a tus manos.
Hace tiempo quería escribirte esta carta, para decirte muchas cosas que no dije en su momento, no porque no las quisiera decir, sino porque pensé que no te gustaría escucharlas, o quizás que no te interesaría oírlas. Talvez esto demuestre el poco valor que tuve en aquel momento, aunque yo lo califiqué de prudencia y hoy pasado los años, de cobardía. Es que en algún lugar de mi alma, temí encontrarme de lleno con tu desprecio, lo que me habría dolido más que la soledad de estos años.
Pero no te equivoques amor, la soledad que te menciono ha sido una soledad selectiva, soledad de ti, porque otras mujeres, hubo en mi vida, y muchas, además parecidas a ti, como se parece una bebida cola a la otra, la imitación a la original, ya que para mí, nunca habrá otra igual a ti.
Si me alejé de ti sin explicación alguna, si te abandoné no fue porque el inmenso amor que por ti sentía, se haya ido, fue por otras razones, o tal vez una, o varias que tenían su origen en una, eras una mujer casada. A decir verdad nunca me importó mucho tu esposo, lo que me llenaba de sentimientos encontrados era tu pequeño hijo (Habría deseado con toda el alma que fuese mi hijo), su dulce sonrisa, que no era fácil, a costa de nuestra felicidad, cambiar por lágrimas. Sí, porque si hubieses abandonado a tu esposo el niño habría sufrido, tu esposo también, aunque ya sabes que él no me importaba. Es verdad que nunca te lo pedí, ni que dejaras a tu esposo, ni que te fueras conmigo, ¿Por qué? Bueno, en parte porque no habría soportado ser un “rompe matrimonios”, también porque me entran dudas a la hora de construir sobre cenizas, quizás porque no estaba seguro de poder hacerte feliz mucho tiempo, y por qué no decirlo, no habría soportado un “no” por respuesta. Pudo ser cobardía, sin embargo prefiero llamarla prudencia.
Ahora que han pasado años, tiempo en que no hiciste ni un amago siquiera por llamarme, me entero de que te separaste poco tiempo después de mi alejamiento, que estás sola, en el sentido que no has vuelto a vivir con un hombre, aunque te has dejado querer, por todos los que han admirado tu belleza y gentileza.
Amada Claudia, siempre estarás en mi memoria, no porque estén abierta las herida, créeme, el tiempo las cierra, y hoy creo poder amar a otra mujer. Si he de recordarte, será por otros motivos: enseñanzas, reflexiones, aprendizajes, que quedaron para siempre.
¿Sabes? Contigo aprendí a no sentir celos, o por lo menos a dominarlos y no dejar que me dominaran; sí, porque me vi obligado a aceptar que mientras nos amábamos, durmieras con tu esposo, no podía permitirme sentirlos, porque él llegó primero. Desde ese día, he pensado que si no siento celos al estar con la mujer “de otro” ¿por qué habría de sentirlos si otro está con “mi mujer”?
La otra enseñanza importante, es la armadura que llevo puesta, sí, la armadura, esa protección que llevo en el alma, que me permitió sobrevivir al alejarme de ti, esa que no me saco, y si hoy le confieso mi amor a otra mujer, estoy preparado para resistir su desamor, me basta pensar que ella, no eres tú.
Creo que al recibir esta carta, sentirás una gran satisfacción, puesto que si algún defecto te encontré alguna vez, fue esa tremenda autoestima, que te hacía insoportable…
Sabes, a esta altura me he dado cuenta porque no te envié esta carta antes, porque nunca tuviste la humildad y sencillez para decir regresa, te amo, quiero vivir contigo; siempre predominó en ti ese tremendo orgullo, que será el responsable, y me encargaré de eso, que esta carta nunca llegue a tus manos.
1 Comments:
Aveces nos quedamos esperando la respuesta y de tanto esperar terminanos imaginandola... y asi podremos tocar la retirada...
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