EL VOCERO

Mi padre quería que yo estudiara Odontología como mi tía Carla, para que nunca me faltara trabajo, ya que según mi tía, el ser humano nunca lograría prescindir de un tratamiento dental. Extrapolado a los negocios, decía, es como tener una botillería o una farmacia.
Bueno, ya me estaba desviando del tema, se imaginan una odontóloga tan habladora, no me aguantarían los pacientes. Decía que estaba en el puerto, frente a una multitud de trabajadores, acompañada del productor y un camarógrafo, intentando captar una buena toma de la situación de alboroto que allí había. De pronto el coordinador general se subió a un improvisado estrado y arengó a los trabajadores a marchar por las calles del puerto, llamando a la no violencia activa, sin perder la firmeza en la posición del sindicato. Detrás de él había un par de hombres, uno de los cuales llamó poderosamente mi atención, era joven, alto, fornido, cabello trigueño que le llegaba a los hombros, debo confesar que el cabello, un poco largo en los hombres, los hacer ver a mis ojos un tanto “salvajes”, algo así como naturales, no se muy bien como explicarlo, sin embargo todos mis novios han llevado el cabello así. Cuando nos acercamos o más bien nos permitieron acercarnos, junto con los equipos de los noticieros de otros canales, mi sorpresa fue grande al ver que el vocero del sindicato era mi “elegido”. De cerca era más alto que al verlo sobre el estrado, llevaba unos jeans ajustados, que daban cuenta de una hermosa figura, fuertes muslos y... ustedes ya saben. Sus ojos eran de color verde claro y contrastaban con su piel dorada, sus pies, bueno sus mocasines eran grandes, como del cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco; ya saben lo que se dice del tamaño de los pies de un hombre. En resumidas cuentas el vocero era guapísimo y yo estaba decidida a que se fijara en mí. Afortunadamente el resto de los enviados de los canales eran hombres, de modo que no tendría competencia.
-¿Cree que el paro va a tener efecto en las autoridades?- Pregunté. Él respondió: Si, aunque no lo tuviese, es orden de la asamblea. Sentí en ese momento que me sonrojaba cuando clavó sus ojos en mi escote, me armé de valor y junté los hombros atrás para destacar mis pechos. Volví a preguntar, esta vez acerca de la duración del paro. Él sin dejar de mirarme con sus brillantes ojos dijo: - Esperamos que “haiga” una solución para mañana, de no ser así, votaremos la huelga indefinida-
Le di las gracias, cerré el despacho, me di media vuelta y sin articular palabra me alejé.
De haber sido odontóloga, lo habría atendido feliz, porque mientras trabajaba en su boca, no habría podido hablar.
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