BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

23 diciembre, 2005

EL VIEJO Y EL AMOR

El viejo tomó la tetera, le puso un poco de agua y prendió la cocina, era una cocina antigua, había sido elegida por su esposa, cuando los niños estaban pequeños. Ahora estaban adultos y la cocina estaba vieja, sólo dos quemadores funcionaban, aunque al anciano le bastaban. Abrió una gaveta y sacó una bolsita de té, la puso en el tazón, le puso dos cucharadas de azúcar y esperó a que la tetera hirviera. Buscó en un cajón, sacó una bolsa de pan añejo, escogió uno y lo puso a calentar sobre una estufa a parafina. Del refrigerador sacó un pote de margarina y se preparó para tomar su desayuno.
Encendió el televisor, estaban transmitiendo un matinal, la animadora sonreía y bromeaba con un par de invitados; el viejo apagó el televisor. Terminó de tomar su desayuno y se vistió, pensó en ducharse, finalmente desechó la idea. Hacía tiempo ya, que después de la ducha le dolían los huesos, especialmente en invierno. Apagó la estufa en el patio, lavó su taza, se puso la bufanda y el abrigo y salió a la calle.
Caminó hasta el paradero lentamente, había olvidado su gorro, pensó en devolverse, no lo hizo porque era tarde. Abordó un bus, al subir recordó que no le había dado de comer al gato. Una jovencita le dio el asiento, eso lo reconfortó.
Al llegar al centro de la ciudad, caminó a paso firme, intentando imprimir energía a su cansado cuerpo. Llegó al edificio donde estaba el Laboratorio, esperó el ascensor, hasta el piso cinco. Una vez en la oficina, hizo la fila. Una voz le anunció: -Señor, esta es la ventanilla para la tercera edad- El viejo miro hacia atrás, como esperando encontrar al destinatario del mensaje. La voz insistió: Señor, usted, acá le atenderemos. Recién se percató que se refería a él. Cambió de ventanilla y entregó el comprobante, la joven que atendía dijo: No ha llegado. Pero…me dijeron que hoy estaría, dijo el viejo. Lo siento, dijo la joven, llame por teléfono mañana.
Pensó en estampar un reclamo, se sintió un poco cansado, no lo hizo.
Salió del edificio, caminó hasta el paradero y esperó el bus de vuelta a su casa.
Mientras esperaba, la vio, aunque anciana, estaba igual de bella.
Habían pasado treinta y seis años desde la última vez, le pareció un milagro. Recordó los bellos momentos que había pasado con ella, la abrupta despedida, la renuncia…
La había conocido en un curso, mirarse y enamorarse fue una sola cosa. Ella era casada, lo que no fue impedimento para establecer una relación de amantes que duró tres años. Al cabo de ese tiempo, cuando las cosas parecían complicarse, sin conversarlo con ella, él dejó de llamar, lo hizo por no exponer a la mujer que amaba a un drama. Sabía que ella nunca dejaría a su esposo y tampoco se lo pidió, quizás por cobardía o talvez por sentirse incapaz de enfrentar una respuesta, independiente si ésta fuera positiva o negativa.
Pasaron los años y aunque nunca se encontraron, el viejo pensó cada día en ella, no se volvió a emparejar, crió a sus hijos, éstos crecieron, hicieron su vida y se fueron.
Ahora estaba allí, tan bella como siempre.
El viejo había esperado durante años este momento, había imaginado mil formas de enfrentarla, mil palabras distintas para decirle que nunca dejó de amarla, que nunca amó a otra después de ella…
Guardaba fotografías, cartas, poemas, pinturas, todo por si un día la encontraba. Nunca había querido buscarla, también por miedo. Había preferido guardar la ilusión de un amor compartido, antes que la certeza del olvido.
Caminó hacia ella lentamente, al acercarse, le pareció que ella lo miraba, creyó ver una sonrisa en su rostro. Hola, dijo tímidamente el viejo.
Ella no contestó.
Hola, repitió más fuerte el viejo. Ella recién lo miró, con cara de sorpresa.
¿Te acuerdas de mí? Dijo el viejo, soy Esteban. Ella no pudo ocultar lo que pasaba por su interior, su cara de desconcierto fue evidente.
¿Esteban qué? Exclamó.
Esteban Valenzuela, dijo el viejo.
Ella movió la cabeza y frunció el seño, en un gesto de esfuerzo por acordarse.
Él insistió: ¡Esteban Valenzuela, Esteban Valenzuela!
Ah, dijo ella, el esposo de la Pepita.
El viejo no conocía, ni había conocido a ninguna Pepita en su vida; la miró con ternura, con el amor de siempre, y evocando el sentimiento que lo había hecho alejarse de ella cuando eran jóvenes, dijo: si, el esposo de la Pepita.
¿Y cómo está ella? Dijo la anciana.
Bien, mintió el viejo.
Déle mis saludos exclamó la anciana. Así lo haré, dijo el viejo.

En ese momento apareció un hombre de edad mediana, tomó a la anciana del brazo diciendo: Mamá, ya está listo el automóvil, vamos. Al ver al viejo, el hombre lo saludó y preguntó: ¿Conoce a mi madre? Si, dijo el viejo, la conocí hace treinta y tantos años, tú eras un niño. La anciana dijo: Hijo, es el esposo de la Pepita.
Mamá, el esposo de la Pepita murió hace años. La anciana esbozó una sonrisa y dijo: Déle mis saludos a la Pepita.
El viejo respondió: En su nombre, mientras contenía unas lágrimas emergentes.
El hijo de la anciana se despidió del viejo diciendo: Disculpe a mi madre, desde el derrame cerebral confunde a las personas.
Madre e hijo se subieron al automóvil y se alejaron.
El viejo se subió a un bus, pagó el pasaje con monedas, miró el boleto que le entregó el conductor, sumó los números que contenía: no era su número de suerte.
Tengo que llegar pronto a casa, pensó, olvidé darle comida al gato.

1 Comments:

Blogger Nidesca said...

¡Qué desolación! Y es que nunca he terminado de entender si el tiempo y el amor son amigos o enemigos.

dom dic 25, 12:55:00 a. m. 2005  

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