BIENVENIDO AL MUNDO DE LOS SUEёOS, DE LAS HISTORIAS QUE NACEN DE LA VIDA COTIDIANA, LA SOLEDAD Y LA FANTASÍA

29 noviembre, 2005

ALARMA DE SEGURIDAD

Cuando entraron a robar a su casa, experimentó una mezcla de sentimientos: ira, impotencia, desolación, pena y resignación. Esta última, porque no quiso hacer la denuncia en la policía, evitando así que su casa se llenara aún más de intrusos.
Durante un tiempo no se atrevió a comprar equipo de música, computador y otros artículos para reponer lo que le fue robado, con la idea que en cualquier momento encontraría nuevamente todo en desorden al llegar a su casa. Son muchas las víctimas de robo, que deben enfrentar un gran desorden producto de la búsqueda de objetos de valor por parte de los ladrones, situación que acentúa el dolor y la rabia del momento.
Al llegar cada día, abría la puerta y esperaba encontrar lo peor.
Tomó una decisión, contrató una empresa de seguridad, que le instaló un sistema de alarma, monitoreado y apoyado por carros propios y también policiales. Repuso lo robado y se dispuso a vivir tranquilo. A su código de alarma añadió el de la señora que iba semanalmente a lavar ropa y planchar.
Así pudo recuperar poco a poco, aunque nunca del todo, la tranquilidad cotidiana.
Cierto día quedó de acuerdo con el esposo de la señora del planchado, él arreglaría un grifo del baño, mientras la señora planchaba. ¿Le comentó a su esposo la clave de la alarma?, preguntó, La señora respondió: Me vendré con él mañana.
Al día siguiente se fue a trabajar tranquilo. A eso de las 10:30 de la mañana, sonó su teléfono celular, atendió y escuchó una voz de hombre diciendo: ¿El señor Ramírez? Sí, respondió. Tenemos una violación de domicilio por la puerta principal, acabamos de enviar a la policía. Voy para allá respondió, mientras cortaba la comunicación.
Recordó al esposo de la señora del planchado, imaginó a la policía en su casa y de pronto recordó que su hijo tenía un par de plantas de marihuana en el patio y el mundo se le vino encima. Se imaginó dando cuenta del hallazgo ante un juez y lo peor de todo, imaginó los titulares de la prensa amarillista: “Ingeniero descubierto por sus propia alarma, por su propio sistema de seguridad”.
Se subió al automóvil como un fantasma, al mismo tiempo, queriendo y no queriendo llegar a su casa. Durante el camino sintió nauseas, dolor de estómago, deseos de no existir.
Diría que las plantas eran de su hijo, ¡No! Se echaría la culpa con tal de protegerlo. Transpiró helado, sintió como temblaban sus piernas, finalmente conforme se acercaba a la casa, fue armándose de valor…

Don Ramón se levantó temprano, pensó en comprar un repuesto para el grifo, arreglarlo y partir a otra casa, donde le esperaba un trabajo de albañilería. Se sirvió un té, se hizo unas tostadas y le llevó desayuno a su esposa a la cama. Levántate rápido, le dijo, no me apures, dijo ella, antes de salir tengo que dejar almuerzo preparado para los niños.
Don Ramón se molestó y dijo: Yo me voy antes. Tomó su bicicleta y pedaleó las veinte cuadras, llegó a la casa, metió la llave que su esposa le entregara, la giró, empujó la puerta y escucho un silbido. La alarma, recordó. Asustado, cerró la puerta y esperó fuera. Unos momentos después la alarma ululaba, acusando la violación…

Cuando llegó a su casa, todo estaba tranquilo, la señora planchaba, don Ramón terminaba el arreglo del grifo. Qué pasó, preguntó, nada contestó don Ramón, olvidé la alarma, esperé afuera y como me acordé de las plantas de su hijo, cuando llegó la policía le mostré mis documentos, mis herramientas, en ese momento llegó mi esposa y ellos se fueron.
Se tendió en un sillón, se sirvió un café y avisó al trabajo que se tomaría el resto del día.
Una cosa estaba clara, días como ese no se tienen muy seguido.