OTRA DE CARACAS
Durante mi breve estadía en Caracas, varios días acudí a un local del edificio Centro Polo a usar Internet, para comunicarme con mis hijos, hacer trámites bancarios, revisar el correo y otras tareas que se han convertido en rutina en mi vida.
Cuándo se iba a imaginar mi abuelo, él trabajó toda su vida en la oficina de telégrafos, que llegaría el día en que el telegrama dejaría de existir. En aquellos días una carta demoraba en llegar a su destino, entre tres días y seis semanas, dependiendo de la distancia que debiera recorrer, por ello, el telegrama, que demoraba un día, resultaba casi instantáneo y algo mágico también. Aún recuerdo la conmoción que producía la llegada de uno, en la época de mi niñez, lo más probable es que fuera portador de malas noticias, en otras palabras, mientras no llegara un telegrama todo estaba bien.
Hoy, gracias al teléfono, de red fija o celular, te enteras inmediatamente de lo que sucede, aunque sin duda, Internet, como medio de comunicación a distancia es lo más efectivo, ya que incluye texto, sonido, imágenes, y me imagino en un tiempo no muy lejano, olores. Cierto, como las cartas de los tiempos de mi abuelo, portadoras del perfume de la dama que las enviaba.
El caso es que uno de esos días, al llegar al local de Internet, el muchacho que atendía, me indicó que no había equipo disponible en la planta baja, y señalando el segundo piso, me asignó el equipo número veintisiete. Subí, hice lo acostumbrado, y al bajar y pedir mi cuenta, me llamó la atención que ésta era el doble de lo habitual. Al consultar, el muchacho me indicó que el segundo piso era VIP, y que la tarifa era el doble. Debo señalar que la única diferencia entre la planta baja y el segundo piso, era que la gente que arriba ocupaba equipos, lo hacía para trabajos, a diferencia del primer piso, atestado de jóvenes jugando en línea.
Inmediatamente recordé el servicio de correos del tiempo de mi abuelo, que tenía diferentes tarifas según fuese correo certificado, normal o aéreo, lo que implicaba mayor o menor rapidez y/o seguridad. Claramente no era el caso, ya que en ambas plantas los equipos eran similares y el ancho de banda el mismo.
En ese momento, recordé las panaderías de mi país, en ellas, venden un pan (el más sabroso de todos, las Marraquetas) denominado corriente, y todo el resto, se denomina especial. Por supuesto el corriente es más barato. Lo interesante es que cuando se acaba el pan corriente, venden el pan especial a precio de corriente.
Me pareció que este era el caso, ya que en ningún momento solicité un equipo en la planta VIP, y si subí, fue porque no quedaba equipos disponibles en la planta baja. Explique esto al muchacho, éste me miró como quien mira a un marciano, especialmente cuando le hablé de las panaderías de mi país.
Finalmente me cobró como si fuese la planta baja. Sin embargo algo me quedó dando vueltas, casi con nostalgia, el aroma de las cartas que recibía mi abuelo y el olor de las Marraquetas.
Cuándo se iba a imaginar mi abuelo, él trabajó toda su vida en la oficina de telégrafos, que llegaría el día en que el telegrama dejaría de existir. En aquellos días una carta demoraba en llegar a su destino, entre tres días y seis semanas, dependiendo de la distancia que debiera recorrer, por ello, el telegrama, que demoraba un día, resultaba casi instantáneo y algo mágico también. Aún recuerdo la conmoción que producía la llegada de uno, en la época de mi niñez, lo más probable es que fuera portador de malas noticias, en otras palabras, mientras no llegara un telegrama todo estaba bien.
Hoy, gracias al teléfono, de red fija o celular, te enteras inmediatamente de lo que sucede, aunque sin duda, Internet, como medio de comunicación a distancia es lo más efectivo, ya que incluye texto, sonido, imágenes, y me imagino en un tiempo no muy lejano, olores. Cierto, como las cartas de los tiempos de mi abuelo, portadoras del perfume de la dama que las enviaba.
El caso es que uno de esos días, al llegar al local de Internet, el muchacho que atendía, me indicó que no había equipo disponible en la planta baja, y señalando el segundo piso, me asignó el equipo número veintisiete. Subí, hice lo acostumbrado, y al bajar y pedir mi cuenta, me llamó la atención que ésta era el doble de lo habitual. Al consultar, el muchacho me indicó que el segundo piso era VIP, y que la tarifa era el doble. Debo señalar que la única diferencia entre la planta baja y el segundo piso, era que la gente que arriba ocupaba equipos, lo hacía para trabajos, a diferencia del primer piso, atestado de jóvenes jugando en línea.
Inmediatamente recordé el servicio de correos del tiempo de mi abuelo, que tenía diferentes tarifas según fuese correo certificado, normal o aéreo, lo que implicaba mayor o menor rapidez y/o seguridad. Claramente no era el caso, ya que en ambas plantas los equipos eran similares y el ancho de banda el mismo.
En ese momento, recordé las panaderías de mi país, en ellas, venden un pan (el más sabroso de todos, las Marraquetas) denominado corriente, y todo el resto, se denomina especial. Por supuesto el corriente es más barato. Lo interesante es que cuando se acaba el pan corriente, venden el pan especial a precio de corriente.
Me pareció que este era el caso, ya que en ningún momento solicité un equipo en la planta VIP, y si subí, fue porque no quedaba equipos disponibles en la planta baja. Explique esto al muchacho, éste me miró como quien mira a un marciano, especialmente cuando le hablé de las panaderías de mi país.
Finalmente me cobró como si fuese la planta baja. Sin embargo algo me quedó dando vueltas, casi con nostalgia, el aroma de las cartas que recibía mi abuelo y el olor de las Marraquetas.
1 Comments:
Cómo han cambiado las cosas no? Me gustó mucho tu historia. Yo amo las cartas, las tradicionales, y me he quedado sin ese placer ya que hoy día nadie esribe y cuando díces: dame tu dirección (yo pidiendo la dirección de una casa, física), me dan en un papelito la dirección de un correo electrónico.
En fin, de vez en cuando vuelvo a la costumbre de escribir cartas, aunque no las mando, las guardo y las escribo en un panel de correo web y la mando, sin sobre, sin sello postal, sin estampilla, a quien me hubiera gustado recibiera algo físico, escrito de puño y letra, bien mío.
En fin, cosas de los avances.
Un abrazo!
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