FIN DEL VERANO
La discoteca funcionaba desde el veintisiete de diciembre hasta el 9 de marzo, en la temporada veraniega. Javier trabajaba de barman, oficio que había aprendido de un compañero de universidad. Todos los que allí trabajaban eran compañeros de carrera, incluyendo al dueño, Sebastián, que aunque sólo un par de años mayor, estaba casado y debía emprender cada verano un negocio de ese estilo, para obtener dinero y vacacionar al mismo tiempo.
Terminada la temporada, el primer día de marzo, Javier viajó a la ciudad a matricularse en la universidad. Después de matricularse, decidió volver a pasar los primeros días de marzo junto al mar.
Al llegar ala discoteca, todos comentaban la aventura de la noche anterior: la joven muchacha, a la que llamaban “la Rucia” por el color rubio de su cabello, había raptado a Sebastián, lo había llevado a su casa y prácticamente lo había violado. Comentaban que era una mujer bellísima, quizás la más bella mujer de la temporada, y que volvería esa noche.
Al anochecer, Javier se cambió de ropas y se instaló en el bar, a acompañar a uno de sus amigos, que seguía haciendo turno. La discoteca abrió sus puertas a eso de las once de la noche, cuando estaba empezando a llegar público, apareció la esposa de Sebastián, con el hijo en sus brazos, provenientes de la ciudad.
Al poco rato, apareció “la Rucia”, vestía un traje negro ajustado, que dejaba ver una espectacular figura, se acercó al bar y preguntó por Sebastián. La atendió Javier, le explicó que había llegado la esposa de Sebastián. “La Rucia” se molestó un instante, luego sonrió y dijo: -dame agua- Javier llenó un vaso con soda y se lo alcanzó, ella dio las gracias y continuó diciendo: -Mis amigas están borrachas, en el automóvil esperándome-
Javier no podía dejar de mirarla, ella lo advirtió. Luego la muchacha dijo: - La verdad es que no están borrachas, tomaron anfetaminas- y prosiguió: -me tengo que ir, más tarde vuelvo-.
La noche transcurrió tranquila, a eso de la una de la madrugada, Sebastián se acercó al bar y Javier le comentó lo sucedido. Sebastián agradeció el gesto, si su esposa se hubiese enterado, habría sido un desastre. Javier preguntó el nombre de “la Rucia”, Sebastián dijo ignorarlo, -Sólo sé que es una bailarina de cabaret, que está empeñada en tener más amantes que su hermana mayor, está cansada de ser la hermana chica- Continuó: -Me llevó a una casa en el balneario de más al norte, allá hicimos el amor muy desinhibidamente y luego me vine. Olvidé preguntarle su nombre.
A eso de las dos treinta de la madrugada, el cansancio del viaje obligó a Javier a acostarse, tenían un dormitorio en la parte posterior del local.
De pronto en medio de su sueño, sintió que lo tomaban del brazo: ¡Javier, Javier! Despierta, es “la Rucia”, dice que quiere al de camisa blanca, decía con voz agitada Sebastián. Javier despertó sin entender las palabras. Cuando Sebastián lo hubo dicho tres veces, comprendió el alcance del mensaje, de un salto se incorporó, se vistió y fue a la puerta del local, donde esperaba la bella mujer. Se saludaron, ella le ofreció una anfetamina, él aceptó, la joven metió su mano dentro de su sostén y sacó una píldora, Javier la recibió y la puso en su boca, y la tragó con un poco de licor de una botella que había tomado del bar. Le ofreció licor a la muchacha, esta movió la cabeza negativamente. Se sentaron en el pequeño automóvil Renault de Sebastián, estacionado frente a la puerta del local, después de una breve charla, ella lo besó en los labios, él respondió el beso y la situación fue muy ardiente, la imaginación de Javier funcionaba a alta velocidad. De pronto ella dijo: -vamos a mi casa- él asintió. Ella dijo: -Voy a ver si hay espacio- Se bajó del automóvil, caminó hacia el callejón, se subió a un automóvil grande y lujoso, manejado por un hombre, al parecer de cierta edad, Javier sólo distinguió su calvicie. El automóvil se alejó velozmente del lugar, por la carretera hacia el norte. Allí quedó Javier, con media botella de licor en la mano, una anfetamina en su organismo, lista para hacer efecto, solo, parado en medio de la calle.
Por el escaso movimiento, debían ser las cuatro de la madrugada.
Pensó: mala broma esta, difícil que “la Rucia” vuelva, y más difícil dormir con una anfetamina en el cuerpo. Entró al local, subió las escalas y se quedó en el salón, ya vacío, mirando por una ventana.
No habían pasado quince minutos, cuando en la soledad de la noche, apareció el lujoso vehículo, con el hombre calvo al volante y la joven atrás. Ella se bajó del coche y cuando llegó a la puerta, Javier ya la había abierto. Ella dijo: lo siento, la casa está llena de gente, ¿acá tienes espacio? Sí, respondió Javier, pasa.
Subieron las escalas y al llegar al salón, Javier juntó cuatro banquetas largas, que semejaban una cómoda cama, y preguntó: ¿que te parece?
Ella dijo: -estoy segura de que si me desvisto, aparecerán todos tus amigos- Antes de que Javier intentara convencerla de lo contrario, la muchacha dijo: -Pero no me importa- y comenzó a desvestirse.
Era bellísima, Javier quedó extasiado. Hicieron el amor largo rato, después de tener varios orgasmos, en una forma un tanto mecánica, la mujer se incorporó y dijo: -me tengo que ir- Se vistió y con un: -Mañana vuelvo mi amor- se despidió. Javier la encaminó hasta la puerta, la vio subirse al lujoso automóvil que la esperaba, y se marchó.
Javier volvió a su cama e intentó dormir, no logró hacerlo profundamente, cuando amaneció se incorporó pensando que había sido un sueño. Caminó hasta el salón y encontró una traba para el pelo, unos cigarrillos y una mancha en la tela acolchada de las banquetas, todos, fieles testigos de lo real de la noche anterior.
Salió, caminó hacia la playa, los aseadores preparaban el lugar para los turistas que aún quedaban en el fin de temporada.
La noche siguiente, la joven no volvió.
Nunca volvieron a verla.
Han pasado los años, Javier y Sebastián, cada fin del verano, recuerdan la historia, y cada vez, mencionan una frase perteneciente a una famosa película protagonizada por Sean Connery, para lamentar que nunca conocieron “el nombre de la rosa”.
Terminada la temporada, el primer día de marzo, Javier viajó a la ciudad a matricularse en la universidad. Después de matricularse, decidió volver a pasar los primeros días de marzo junto al mar.
Al llegar ala discoteca, todos comentaban la aventura de la noche anterior: la joven muchacha, a la que llamaban “la Rucia” por el color rubio de su cabello, había raptado a Sebastián, lo había llevado a su casa y prácticamente lo había violado. Comentaban que era una mujer bellísima, quizás la más bella mujer de la temporada, y que volvería esa noche.
Al anochecer, Javier se cambió de ropas y se instaló en el bar, a acompañar a uno de sus amigos, que seguía haciendo turno. La discoteca abrió sus puertas a eso de las once de la noche, cuando estaba empezando a llegar público, apareció la esposa de Sebastián, con el hijo en sus brazos, provenientes de la ciudad.
Al poco rato, apareció “la Rucia”, vestía un traje negro ajustado, que dejaba ver una espectacular figura, se acercó al bar y preguntó por Sebastián. La atendió Javier, le explicó que había llegado la esposa de Sebastián. “La Rucia” se molestó un instante, luego sonrió y dijo: -dame agua- Javier llenó un vaso con soda y se lo alcanzó, ella dio las gracias y continuó diciendo: -Mis amigas están borrachas, en el automóvil esperándome-
Javier no podía dejar de mirarla, ella lo advirtió. Luego la muchacha dijo: - La verdad es que no están borrachas, tomaron anfetaminas- y prosiguió: -me tengo que ir, más tarde vuelvo-.
La noche transcurrió tranquila, a eso de la una de la madrugada, Sebastián se acercó al bar y Javier le comentó lo sucedido. Sebastián agradeció el gesto, si su esposa se hubiese enterado, habría sido un desastre. Javier preguntó el nombre de “la Rucia”, Sebastián dijo ignorarlo, -Sólo sé que es una bailarina de cabaret, que está empeñada en tener más amantes que su hermana mayor, está cansada de ser la hermana chica- Continuó: -Me llevó a una casa en el balneario de más al norte, allá hicimos el amor muy desinhibidamente y luego me vine. Olvidé preguntarle su nombre.
A eso de las dos treinta de la madrugada, el cansancio del viaje obligó a Javier a acostarse, tenían un dormitorio en la parte posterior del local.
De pronto en medio de su sueño, sintió que lo tomaban del brazo: ¡Javier, Javier! Despierta, es “la Rucia”, dice que quiere al de camisa blanca, decía con voz agitada Sebastián. Javier despertó sin entender las palabras. Cuando Sebastián lo hubo dicho tres veces, comprendió el alcance del mensaje, de un salto se incorporó, se vistió y fue a la puerta del local, donde esperaba la bella mujer. Se saludaron, ella le ofreció una anfetamina, él aceptó, la joven metió su mano dentro de su sostén y sacó una píldora, Javier la recibió y la puso en su boca, y la tragó con un poco de licor de una botella que había tomado del bar. Le ofreció licor a la muchacha, esta movió la cabeza negativamente. Se sentaron en el pequeño automóvil Renault de Sebastián, estacionado frente a la puerta del local, después de una breve charla, ella lo besó en los labios, él respondió el beso y la situación fue muy ardiente, la imaginación de Javier funcionaba a alta velocidad. De pronto ella dijo: -vamos a mi casa- él asintió. Ella dijo: -Voy a ver si hay espacio- Se bajó del automóvil, caminó hacia el callejón, se subió a un automóvil grande y lujoso, manejado por un hombre, al parecer de cierta edad, Javier sólo distinguió su calvicie. El automóvil se alejó velozmente del lugar, por la carretera hacia el norte. Allí quedó Javier, con media botella de licor en la mano, una anfetamina en su organismo, lista para hacer efecto, solo, parado en medio de la calle.
Por el escaso movimiento, debían ser las cuatro de la madrugada.
Pensó: mala broma esta, difícil que “la Rucia” vuelva, y más difícil dormir con una anfetamina en el cuerpo. Entró al local, subió las escalas y se quedó en el salón, ya vacío, mirando por una ventana.
No habían pasado quince minutos, cuando en la soledad de la noche, apareció el lujoso vehículo, con el hombre calvo al volante y la joven atrás. Ella se bajó del coche y cuando llegó a la puerta, Javier ya la había abierto. Ella dijo: lo siento, la casa está llena de gente, ¿acá tienes espacio? Sí, respondió Javier, pasa.
Subieron las escalas y al llegar al salón, Javier juntó cuatro banquetas largas, que semejaban una cómoda cama, y preguntó: ¿que te parece?
Ella dijo: -estoy segura de que si me desvisto, aparecerán todos tus amigos- Antes de que Javier intentara convencerla de lo contrario, la muchacha dijo: -Pero no me importa- y comenzó a desvestirse.
Era bellísima, Javier quedó extasiado. Hicieron el amor largo rato, después de tener varios orgasmos, en una forma un tanto mecánica, la mujer se incorporó y dijo: -me tengo que ir- Se vistió y con un: -Mañana vuelvo mi amor- se despidió. Javier la encaminó hasta la puerta, la vio subirse al lujoso automóvil que la esperaba, y se marchó.
Javier volvió a su cama e intentó dormir, no logró hacerlo profundamente, cuando amaneció se incorporó pensando que había sido un sueño. Caminó hasta el salón y encontró una traba para el pelo, unos cigarrillos y una mancha en la tela acolchada de las banquetas, todos, fieles testigos de lo real de la noche anterior.
Salió, caminó hacia la playa, los aseadores preparaban el lugar para los turistas que aún quedaban en el fin de temporada.
La noche siguiente, la joven no volvió.
Nunca volvieron a verla.
Han pasado los años, Javier y Sebastián, cada fin del verano, recuerdan la historia, y cada vez, mencionan una frase perteneciente a una famosa película protagonizada por Sean Connery, para lamentar que nunca conocieron “el nombre de la rosa”.
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